Biografía de Roberto Vivo Chaneton

Desde pequeños, cada circunstancia que vivimos nos prepara, de algún modo, para lo que serán nuestras grandes cuestiones.

Nací el 4 de julio de 1953 en Montevideo, Uruguay y lo primero que influyó en mí, fue mi familia. El ejemplo de mis padres está presente en todo lo que hago. A la de edad de tres años, nos fuimos a vivir a Filadelfia por el trabajo de mi padre, así que allá comencé el jardín de infantes. Fueron dos años que dejaron su huella.

Cuando regresamos a Montevideo, continué los estudios en Instituto Stella Maris de los Christian Brothers. Eran unos hermanos irlandeses, estrictos pero nobles, que enseñaban con el ejemplo. No puedo evitar sonreír al recordar las anécdotas de aquellos tiempos. Recuerdo cuando en las clases del Brother Kelly, mientras él escribía en el pizarrón, nosotros avanzábamos unos centímetros con los bancos. Al cabo de unos minutos, estaba arrinconado y comenzaba a retarnos en inglés o en su mal castellano. Esas cosas inocentes que nos divertían y me hacen recordar la frescura con la que vivíamos a esa edad.

En la secundaria, usaba una bicicleta como motor, por lo que cargaba siempre conmigo una caja de herramientas. Un día, la profesora de música interrumpió la clase porque el grabador se había roto. Me ofrecí a arreglarlo ya que tenía las herramientas conmigo; sin embargo, fue un desastre: no quedó nada sano en el aparato. Por suerte, los Brothers tenían buen humor y comprendían la lógica del adolescente inquieto. Todavía guardo la imagen del Brother Kelly pidiéndole a Dios que paráramos con nuestras ocurrencias.

Por suerte, del colegio conservo grandes amistades aún hoy. Siempre me pareció que la manera en que se forjaban esas relaciones de amistad, queda bien retratada en la tragedia de los Andes, salvando las diferencias. Esa tragedia en la cual mi hermano Abel hubiera estado si no fuera porque mis padres no lo dejaron viajar: fue providencial.

Es bastante importante la herencia que dejaron los Christian Brothers en mí, me llevo de ellos una inolvidable enseñanza sobre el valor del compañerismo, la humildad y la amistad.

Como dije, nada nos pasa por casualidad y lo noté, como nunca en la vida, a los once años de edad. A esa edad, para muchos intrascendente, para mí no sólo fue relevante ya que me inicié en el mundo de la música tocando la batería, sino que conocí a Soledad, la que sería mi mujer.

El campo guarda mis mejores recuerdos de adolescencia. Mi papá fue muy sabio al vender la casa que teníamos en Punta del Este para que no nos pasáramos todo el verano sin hacer nada. Así fue como empecé a trabajar como un peón más, con el agravante de que a veces se ensañan con el hijo del patrón. En ese trabajo aprendí a hacer de todo: jinetear, carnear, curar bicheras, salir a juntar la hacienda…son todas actividades que a uno lo ayudan a superar el miedo, a ser constante, a trabajar duro, aunque el resultado no se note de inmediato.

Cuando terminé el colegio hice el pre-universitario y el primer año de Arquitectura en Montevideo. También pintaba y seguía tocando batería y cantando.

En 1973, estimulado por ese espíritu artístico que siempre me acompañó, me di cuenta de que lo mío era el cine y fui a estudiar a Buenos Aires. Era consciente de la importancia de tener una visión empresarial, así que me anoté también en Administración de Empresas. Alternaba, entonces, entre las aulas del Instituto Nacional de Cinematografía (INC) durante el día y las de la Universidad Argentina de la Empresa (UADE) por la noche. Más adelante, abandonaría el INC para inscribirme en un centro de cine de vanguardia. A finales de 1976, volví a Montevideo con la licenciatura en Administración de Empresas.
Empecé a trabajar con mi padre; sin embargo, sentía que me faltaba algo y decidí volver al cine. En 1978 produje, junto a Diego Abal y otros amigos, El lugar del humo, dirigida por Eva Landek. El rodaje de esta película fue todo un acontecimiento en Uruguay donde no se había filmado desde hacia veintiún años. Fue toda una osadía con el presupuesto y algo de eso tuvo que ver con que no volviera a hacer cine por ahora. Digo “por ahora” porque en cuanto pueda volveré, pero como director. Me lo tengo prometido.

Se ve que no podía quedarme quieto: negocios, cine, campo…y a eso se agregó la política. Mi familia es, desde siempre, del Partido Colorado y ahí encontré el cauce para mis inquietudes; y desde 1971 tuve una participación política activa. Mis inicios estuvieron en la Lista 17 dirigida por el senador Manuel Flores Mora, un hombre de profundas convicciones y gran carisma quién marcó a una generación de batllistas que más tarde formaríamos la Corriente Batllista Independiente y que luego apoyaría a Enrique Tarigo, quien se converitiría en vicepresidente de la República.

En el plebiscito del ’80, Tarigo actuó como periodista independiente liberando la crítica al régimen militar, y nosotros, la Corriente Batllista Independiente, como un grupo de jóvenes que no tenía ningún político tradicional en sus filas, pero poseía una fuerte actividad militante. De hecho, organizamos los primeros actos a favor de la recuperación de la democracia promoviendo el voto negativo a la reforma constitucional que los militares quisieron imponer.

En 1983 organicé el Primer Encuentro Democrático Rioplatense, que reunió por primera vez en la historia a los cuatro grandes partidarios políticos del Río de la Plata: blancos y colorados en Uruguay; peronistas y radicales en la Argentina. La idea era presionar a los militares uruguayos, en un momento en que estaba trabado el diálogo entre éstos y los políticos. El objetivo se consiguió plenamente.

En 1980, mi actividad política tuvo un sesgo particular cuando me traslado a vivir a Buenos Aires desde donde actuaba como representante del Partido Colorado, en el que me mantengo activo hasta el presente. Ese tiempo en Buenos Aires lo dediqué a diferentes ocupaciones más administrativas y empresariales, hasta que en 1986 el contexto de Argentina fue complicando un poco la situación de la empresa en la que trabajaba. Me aconsejaron irme a hacer un doctorado a Harvard. Incluso planifiqué el viaje y fui admitido en la universidad; sin embargo, el viaje nunca se concretó: se me presentó una veta empresarial que me pareció interesante y viable.

Así empezó la creación de Impsat, la primera compañía en utilizar tecnología satelital. En agosto de 1990 inauguramos el primer telepuerto. Una empresa que inicié bajo la premisa de que “se acabaron las fronteras, la nueva economía es global”. Impsat tuvo un crecimiento impresionante. Y eso me abrió paso para crear El Sitio junto a Roberto Cibrián Campoy. Ambas compañías me trajeron mucho éxito, pude ser el primer empresario del mundo en realizar dos IPO’s exitosos en el Nasdaq con menos de sesenta días de diferencia entre sí: el 10 de diciembre de 1999, con El Sitio, y el 31 de enero de 2000, con Impsat. De ahí, las telecomunicaciones se volvieron un poco mi especialidad.

Más adelante, se formó Claxson como resultado de la fusión de El Sitio Inc. e Iberoamérica Media Partners y ha estado listada en Nasdaq desde su inicio.

Desde septiembre del 2001, me desempeño como Chairman y Chief Executive Officer de Claxson. En este cargo, he tenido total responsabilidad por el desempeño de Claxson y la implementación de la estrategia de crecimiento de esta compañía de medios, proveedora y distribuidora de contenidos de entretenimiento de alta calidad para públicos de habla hispana y portuguesa alrededor del mundo.

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Era necesario

En los últimos años, hay una inquietud que necesitaba finalmente plasmar en papel. En el año 1968 en plena Guerra de Vietnam entran por primera vez en nuestras casas las imágenes horrendas de una guerra real, donde los combatientes eran jóvenes apenas mayores que yo. Como ya dije anteriormente, de niño viví dos años en Estados Unidos y de haberse quedado mi familia, podría haber terminado mis días en Vietnam.

Como muchos de mi generación, a los 16 años yo me sentía parte del movimiento hippie, cuestionaba lo establecido y, entre otras, me planteaba preguntas como éstas: Si la paz es un objetivo común a todas las grandes religiones… ¿por qué ha sido tan difícil para la humanidad alcanzar períodos largos de convivencia pacífica? ¿Será que, junto a mensajes de paz, las religiones también han enseñado el odio y la intolerancia? ¿O es que el hombre es naturalmente violento y ningún mensaje pacífico puede detener su impulso destructivo?

Para responder a estas preguntas me impuse la obligación de estudiar e investigar la historia de la humanidad y sus creencias más profundas. En este proceso recorrí con un equipo de colaboradores desde el origen del Universo hasta la aparición del primer sistema religioso organizado y, cuando llegamos a ese punto, nos resultó natural continuar estudiando la historia del hombre en paralelo con la de sus creencias religiosas.

Inesperadamente, de esta tarea resultó “Breve Historia de las Religiones del Mundo”, publicado en forma electrónica en Amazon.com.

Como veremos más adelante, esta tarea disparó nuevas inquietudes que en futuro próximo pienso plasmar en un libro que se llamará “El crimen de la guerra”.