
El dilema de la Corte Penal Internacional en síntesis
Imagínese por un momento que usted tiene una riña con sus vecinos. Pero no una riña común. Es una pelea de larga data porque las casas y propiedades donde ustedes y sus familias viven han sido parte de su patrimonio durante generaciones, desde la época de sus abuelos o bisabuelos. Ha habido intentos de reconciliación, mediación, juicios, y así sucesivamente a través de las generaciones, pero nada ha funcionado.
Mientras tanto, la enemistad ha dejado de ser cuestión de líneas de propiedad o cercos para privacidad y se ha tornado algo personal. Los contrincantes en la disputa —porque ahora es una auténtica disputa— han decidido que el problema no es la causa original de la riña (que ahora es difícil recordar lo que realmente era), sino que usted y sus vecinos son simplemente enemigos. No encuentran puntos de coincidencia. No comparten la misma raza, religión o credo. No son del mismo origen étnico o nacional. Sus ideologías políticas están diametralmente opuestas. Usted asume ya que no hay base para la negociación entre ustedes y está cansado de negociaciones inútiles y acciones legales ineficaces. Así que decide tomar al toro por las astas. Usted decide que no sólo está justificado en el uso de la violencia para resolver el problema, sino también que, de hecho, ni sus vecinos de al lado ni nadie como ellos tienen derecho a existir, y punto. Porque mientras estén vivos, usted supone, habrá problemas.
El asunto es que, desde la casa de su vecino hacia el este en la manzana donde viven, todo el mundo es como ellos. Por suerte, todo el mundo desde su propiedad hacia el oeste es como usted. Así que usted habla con los vecinos hacia el oeste en la cuadra que piensan más o menos como usted. Les solicita ayuda para deshacerse de todo el mundo que no es como todos ustedes en “su manzana” —porque ya ha decidido que esta cuadra es suya y que sólo debería ser para gente como usted. Sus argumentos resultan convincentes para las personas de pensamientos similares a los suyos, y, de repente, usted descubre que tiene poder. Es líder político en su cuadra, o al menos en su media cuadra, que, muy pronto será su manzana entera…con un poco de ayuda de sus amigos.
Así que usted se encarga y establece un plan de batalla (o más bien, en realidad, un plan de exterminio). Usted y sus vecinos de ideas afines invierten y compran armas, bidones y mucha nafta para todo el barrio. Y un buen día, usted y sus seguidores se encuentran en su casa y, desde ahí, en una ola de violencia masiva, salen a tomar la otra mitad de la cuadra a sangre y fuego, lanzando sus bidones de nafta con mechas encendidas a través de las ventanas, golpeando y acuchillando a los vecinos no deseados mientras huyen de sus hogares en llamas, acribillando a tiros a los que se paran a presentar batalla, matando incluso a algunas mujeres y niños en plena huida para hacer un ejemplo de ellos, para asegurarse de que reciban el mensaje, que ésta es su cuadra y que nunca más serán bienvenidos aquí.
Luego, usted y sus seguidores de ideas afines nivelan las ruinas carbonizadas de los hogares de sus vecinos anteriores, arrasan los escombros y ustedes se esparcen de tal manera como para poblar cómodamente toda la manzana, sólo con las personas más afines que puedan invitar, y hasta erigen un muro alrededor de su cuadra y establecen una guardia barrial que patrulla día y noche para asegurarse que su barrio siga siendo étnica y políticamente inmaculado. Pero, después, yendo un paso más allá para asegurarse de que nunca más se diversifique la población de su manzana, decide crear una banda armada —una especie de Vigilancia de Barrio y Alrededores— y envía a los integrantes de la misma más allá del muro a otros vecindarios para buscar a personas como las que solían ser sus antiguos vecinos y matarlas de las maneras más terribles que se pueda imaginar, mientras aterrorizan a otros miembros de ese grupo étnico-político, asegurándose de que “reciban el mensaje” y que se mantengan alejados.
Mientras tanto, los pobladores del resto del complejo urbano del cual su manzana forma parte se limitan a quedarse ahí, de brazos cruzados, observando todo lo que pasa. O si no, tal vez simplemente se encierran en sus casas e ignoran por completo el ruido y los gritos de agonía.
¿Por qué?
Porque no tienen jurisdicción alguna sobre usted. Hace mucho tiempo, su pequeño rincón en el mundo decidió que cada vecindario se administraría a sí mismo, haría sus propias reglas, establecería su propia justicia. Así que usted no está preocupado en lo más mínimo de que alguien lo vaya a apresar por dirigir una matanza en masa o de llevar a cabo la limpieza étnica que ha orquestado. En su manzana, usted es la ley. No hay otra autoridad más alta que la suya a quien apelar. Usted, básicamente, puede hacer lo que le dé la gana a quien quiera en su barrio.
Ahora bien, dentro del complejo urbano del cual forma parte su vecindario, existe, de hecho, un foro universal para la justicia, un tribunal instituido para administrar justicia a la comunidad en su conjunto. Se basa en los principios fundamentales del estado de derecho y tiene la misión de garantizar los derechos humanos y civiles básicos a toda persona que se encuentre dentro de su jurisdicción. El único problema es que los barrios y distritos a los cuales se supone administra justicia son los mismos a los que debe su poder jurisdiccional. Y como tales, son los mismos barrios los que deciden qué tan eficaz es ese poder, no porque puedan escoger lo que el tribunal puede o no puede investigar, sino porque tienen el poder de aceptar o rechazar la jurisdicción del tribunal una vez establecida.
Usted, como líder de facto de su barrio, ha decidido que no quiere que la corte se entrometa en sus asuntos (es decir, que no lo acuse a usted o a sus secuaces de cometer crímenes de lesa humanidad y genocidio, entre otras cosas), así que cuando se le pidió que firmara una carta orgánica otorgando a la corte su jurisdicción, usted simplemente se negó a firmar. Tan simple como eso, el tribunal no tiene jurisdicción sobre usted y usted, por lo tanto, puede llevar a cabo una matanza en masa, y ninguna corte lo puede tocar.
Mientras tanto, si sus antiguos vecinos —los que usted torturó, asesinó y persiguió hasta en el exilio— decidieran usar los mismos métodos contra usted para recuperar su antiguo barrio, se encontrarían sujetos a proceso penal por los mismísimos crímenes de lesa humanidad por los cuales, a usted, nadie lo puede procesar.
¿Por qué?
Porque ellos firmaron la carta orgánica otorgando a la corte central su jurisdicción, ya que creían en el estado de derecho, más que en la barbarie. Por lo tanto, ellos sí, serán considerados como responsables por sus actos.
O quizás, no… Ya que, si llegaran a enterarse de que el tribunal se encuentra a punto de entablar un juicio contra ellos, podrían decidir dejar sin efecto su ratificación de la carta orgánica de la corte y dejar de reconocer su jurisdicción. En ese caso, el tribunal tampoco podrá juzgarlos a ellos por las atrocidades que llegaran a cometer. O sea, en los barrios que no reconocen a la corte, la ley local, incluso la que se dispensa desde el cañón de un arma de fuego, es la única ley que existe, y la gente en tales barrios está a su merced.
En otras palabras, el tribunal sólo puede juzgar a los criminales siempre y cuando los criminales mismos den su permiso para ser juzgados. Si no es así, el tribunal no tiene jurisdicción.
La resistencia a la creación de una CPI independiente y plenamente funcional es, lamentablemente, fomentada a través del mal ejemplo dado por Estados Unidos y otras grandes potencias, que temen que una CPI verdaderamente eficaz pueda eventualmente colocar a sus propios líderes en el banquillo del acusado.¿Todo esto le suena surrealista? Si no es así, debería serlo, porque, de hecho, es surrealista. Es el apogeo de lo absurdo absoluto, pero es, de hecho, el dilema que enfrenta, desde su fundación, la Corte Penal Internacional (CPI), debido a una serie de obstáculos intencionales instituidos en las Naciones Unidas, aparentemente para dar la ilusión de una justicia internacional, pero sin proporcionar las herramientas necesarias para que sea un medio realmente eficaz para investigar y castigar a los autores de las guerras de agresión, los genocidios, los crímenes de guerra y otras violaciones de los derechos humanos en todo el mundo.
En los próximos días, hablaré en más detalle sobre el estado actual de la CPI, pero por el momento, que sirva esta nota como simple resumen del dilema de esta institución internacional.