
Premio Nobel y una llamada al desarme nuclear
Setsuko Nakamura Thurlow nació en Hiroshima en 1932. Cuando Harry S. Truman tomó la terrible, inhumana y fatídica decisión el 6 de agosto de 1945, de hacer que Estados Unidos cobrara dudoso renombre como el único país en la historia en usar la bomba atómica contra otro pueblo —y lo hizo dos veces en tres días pese a los horrendos resultados del primer ataque. Setsuko, ahora de 85 años, era una colegiala de 13 años. En el preciso momento en que el Reloj del Juicio Final marcó hora cero en Hiroshima, ella estaba a solo dieciocho cuadras del hipocentro de la explosión.
Lo que ella presenciaría serían los resultados directos del holocausto nuclear: su ciudad era arrasada, sus amigos, familiares y compañeros de clase se vaporizaron o derritieron, literalmente, ante sus ojos en la ola expansiva y tormenta de fuego que siguieron a la detonación de una primitiva bomba atómica conocida como “Niño Pequeño” (Little Boy).
La supervivencia inmediata de Setsuko, y el hecho de que hubiese sobrevivido asimismo a las secuelas nucleares y alcanzado una edad madura, solo puede considerarse como un milagro. Quizás ese milagro esté vinculado a un destino aún mayor: el de ser uno de los últimos testigos de uno de los crímenes de guerra más graves jamás cometidos contra los civiles inocentes de una nación por el gobierno de otra.
Este año, el Premio Nobel de la Paz fue otorgado a la ICAN (Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares), una organización con la cual la imagen y el nombre de Setsuko Thurlow están íntimamente relacionados. Fundada hace apenas una década en Melbourne, Australia, y actualmente con sede en Ginebra, Suiza, la ICAN es una coalición de la sociedad civil que trabaja en asociación con otras 468 organizaciones en 101 países. Su principal misión es la de cultivar activamente una amplia concientización sobre los horrores inaceptables de la guerra nuclear y lograr la implementación y plena adhesión al Tratado por la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN).
ICAN fue el principal defensor de la presentación de este tratado en las Naciones Unidas y considera que su adopción este julio pasado, por una votación de 122 contra uno, constituye un hito de la organización. El tratado prohíbe el desarrollo, prueba, producción, fabricación, adquisición, posesión, almacenamiento, transferencia, uso y uso como amenaza de las armas nucleares o cualquier otro dispositivo explosivo nuclear. Entrará en vigor una vez que 50 estados de la ONU lo hayan ratificado.
La presidenta de ICAN, Beatrice Fihn, invitó a Setsuko Thurlow a acompañarla a aceptar el Premio Nobel de la Paz. Fue un gesto en homenaje al trabajo incansable de Thurlow tanto para la ICAN como para las Naciones Unidas en cuanto a concientizar sobre la necesidad de prohibir las armas nucleares en todo el mundo e iniciar un proceso inmediato de desarme. Fihn es abogada sueca, de 35 años de edad quien, a pesar de su juventud, ha acumulado credenciales firmes como activista antinuclear.
Thurlow y Fihn juntas en la noche del Premio Nobel.
Fihn ha elaborado un argumento simple pero contundente contra las armas nucleares, diciendo: “Al abogar por esta causa, siempre hemos enfatizado la inhumanidad de las armas nucleares. Aquellos dispositivos que son incapaces de distinguir entre un combatiente y un niño son simplemente inaceptables.” Agrega que “los sobrevivientes de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki son testigos vivientes del horror de la guerra nuclear… Los líderes mundiales deberían prestar atención a su llamado hacia un futuro libre de armas nucleares “.
Setsuko Thurlow, por su parte, ha sido una figura destacada en la ICAN desde su fundación en 2007. También jugó un papel crucial en la negociación de la adopción del tratado de la ONU que prohíbe las armas nucleares. Ciudadana naturalizada de Canadá, Thurlow inició su activismo público antinuclear menos de una década después de su devastadora experiencia personal. Lo que la lanzó a la acción fue cuando, en la década de 1950, Estados Unidos probó una bomba de hidrógeno —un dispositivo nuclear mucho más poderoso que aquel que arrasó con Hiroshima— sobre el Atolón Bikini en las Islas Marshall y liberó una vasta lluvia radioactiva en la atmósfera de todo el planeta.
No fue hasta 1974, sin embargo, que, preocupada por la cantidad de personas que parecían haber olvidado las horrorosas lecciones de Hiroshima y Nagasaki, decidió que era importante comenzar a contar públicamente su historia y hacer que otros sobrevivientes de aquel holocausto hicieran lo mismo. Fue entonces cuando fundó Hiroshima Nagasaki Re-vivida, una organización dedicada a educar y promover el activismo entre las personas y las comunidades en todo el mundo.
Como testigo de primera mano del holocausto nuclear, su historia es, sin duda, tanto desgarradora como inspiradora. En un artículo firmado por ella y publicado hace dos años en el Huffington Post, para conmemorar el 70° aniversario de la masacre de Hiroshima, Setsuko Thurlow recordó el horror supremo entre los horrores que vio, y que ha sido la fuerza impulsora detrás de su campaña en contra de las armas nucleares durante las últimas siete décadas. “Lo primero que me viene a la mente —escribió— es la imagen de mi sobrino, Eiji, de tan sólo cuatro años, transformado en una criatura carbonizada, ennegrecido e hinchado que no dejaba de pedir agua con voz débil hasta morir en agonía”… Independientemente del paso del tiempo, él permanece en mi memoria como un niño de cuatro años que vino a representar a todos los niños inocentes del mundo… La imagen de Eiji está grabada a fuego en mi retina.”
Continúa diciendo: “Como colegiala de 13 años, fui testigo de cómo mi ciudad de Hiroshima fue cegada por la centella, aplastada por el estallido huracanado, quemada a más de 4000 grados centígrados y contaminada por la radiación de una sola bomba atómica.”
Habla de cómo ella y solamente otras dos niñas escaparon milagrosamente de su aula colapsada y de lo que vieron en las calles afuera después de haber sido arrancadas de los escombros. “Vimos una procesión de figuras fantasmales que se arrastraron lentamente desde el centro de la ciudad. Personas grotescamente heridas, sus ropas estaban hechas jirones, o fueron dejadas desnudas por la explosión. Estaban sangrando, quemadas, ennegrecidas e hinchadas. Carne y piel colgaban de sus huesos, algunos con los globos oculares colgando en sus manos, y algunos otros con los abdómenes reventados, y con los intestinos colgando.”
“Hasta el presente”, escribe Thurlow, “más de 250.000 víctimas han perecido en Hiroshima por los efectos de la explosión, el calor y la radiación. Setenta años después, la gente sigue muriendo por los efectos retardados de aquella bomba atómica, considerada primitiva según las normas de destrucción masiva de hoy.
En su campaña para crear conciencia sobre la necesidad de aceptar y promover el desarme nuclear, Setsuko Thurlow señala el principal obstáculo que enfrentan los promotores de la paz mundial: la continua aceptación por parte de las principales potencias nucleares de las armas nucleares como un disuasivo viable a la guerra, cuando son, en realidad, una receta para el holocausto global, tal vez en un futuro muy cercano. Según coinciden numerosos expertos, en ningún otro momento en la historia de las armas nucleares ha habido una amenaza más inminente como ahora de una guerra nuclear o del desencadenamiento accidental del holocausto nuclear.
Thurlow nos recuerda que, si bien Alemania ha aceptado por completo su papel como potencia agresora en la Segunda Guerra Mundial y ha tomado medidas excepcionales y extraordinarias para corregir ese error en su actual postura humanitaria global, y mientras que Japón, desde el final de la guerra, ha sido gobernado por lo que se conoce como una “Constitución de Paz”, Estados Unidos reciente e increíblemente creó un monumento nacional al Proyecto Manhattan considerándolo como un triunfo del avance tecnológico, cuando fue precisamente ese proyecto el que dio origen a las bombas atómicas que destruyeron Hiroshima y Nagasaki, vaporizando una gran parte de sus inocentes poblaciones civiles.
Tal como señalara en mi libro, La guerra, un crimen contra la humanidad, “a pesar de un debate que ha dividido a los intelectuales occidentales en dos corrientes durante más de medio siglo, ni los políticos y pensadores más liberales se animan a referirse abiertamente al ex presidente de EE.UU., Harry S. Truman, como ‘criminal de guerra’ por haber ordenado los sorpresivos bombardeos nucleares de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki —ataques en los cuales, decenas de miles de civiles fueron literalmente vaporizados— al final de la Segunda Guerra Mundial …” Y tal como corroborara a continuación en esa obra, el argumento de que el asesinato en masa de las poblaciones de aquellas dos ciudades japonesas “salvó vidas aliadas” y “evitó que la guerra se prolongara indefinidamente” ha sido ampliamente desmentido por expertos militares y científicos de la propia época de Truman, incluidas figuras tan renombradas como el general Dwight D. Eisenhower, el almirante Chester Nimitz, el general Douglas MacArthur, el propio jefe de gabinete de Truman el almirante William Leahy, y destacados científicos nucleares como Leó Szilárd y el premio Nobel James Franck.
Szilárd proporcionó tal vez el ejemplo más convincente de cuán moralmente repugnante fue el atentado contra Hiroshima y Nagasaki, cuando, al responder a la revista US News & World Report en una entrevista que data de 1960, dijo: “Supongamos que Alemania hubiera desarrollado dos bombas antes de que tuviéramos bomba alguna. Y supongamos que Alemania hubiese arrojado una bomba, por ejemplo, sobre Rochester y la otra sobre Buffalo, y luego, habiéndose quedado sin bombas, hubiera perdido la guerra. ¿Existe alguien que dude de que en ese entonces hubiéramos definido la caída de bombas atómicas en aquellas ciudades como crimen de guerra, y que en Núremberg hubiéramos condenado a muerte a los alemanes culpables de ese crimen y que los hubiéramos ahorcado?”
Con toda la investigación y el conocimiento que se han acumulado en los más de 70 años desde el final de la Segunda Guerra Mundial respecto de las armas nucleares, ningún líder mundial debería poder considerar la guerra nuclear como algo que no sea impensable. Hasta ahora, sucesivos presidentes de Estados Unidos, por ejemplo, han gobernado la nación militar más poderosa del mundo sabiendo que el arsenal nuclear del país es un elemento disuasivo contra la guerra mundial; en otras palabras, algo demasiado terrible para considerarlo como más que una garantía pasiva y no, ciertamente, como un arma de guerra viable para su uso limitado.
Pero ahora, Estados Unidos se encuentra gobernado por Donald Trump, quien formuló la asombrosa pregunta: “Si las tenemos, ¿por qué no las podemos usar?” Una pregunta que ha provocado no solo a Beatrice Fihn de ICAN sino también al propio Secretario de Estado de Trump, Rex Tillerson, quienes se refirieran al presidente como “un imbécil”. El actual presidente de Estados Unidos también ha sugerido que países como Japón y Corea del Sur deben recibir armas nucleares para poder “defenderse” contra el régimen nuclear renegado de Corea del Norte. Nadie con siquiera un conocimiento pasajero de las armas nucleares podría hablar de esta manera, como si una guerra nuclear limitada fuera una posibilidad. No nos equivoquemos: cualquier explosión nuclear afectará directamente al mundo entero, y una guerra nuclear marcará la devastación de la raza humana.
Según Setsuko Thurlow: “La verdad es que todos vivimos con la amenaza diaria de las armas nucleares. En cada silo, en cada submarino, en los compartimientos portabombas de los aviones, cada segundo de cada día, las armas nucleares, miles en alerta máxima, están listas para su despliegue, amenazando a todos los que amamos y todo lo que apreciamos. ¿Cuánto tiempo más podemos permitir que los estados poseedores de armas nucleares ejerzan esta amenaza a toda la vida que habita la Tierra? Ha llegado el momento de tomar medidas para establecer un marco legalmente vinculante para prohibir las armas nucleares como un primer paso en su total abolición.”
Este es el motivo por el cual toda persona sensata sobre la faz de la tierra debería encontrarse mortalmente preocupada por el verdadero significado de vivir en la Era Nuclear, y, ya sea por su propio bien, por el bien de sus familiares, o por el bien de la humanidad toda, debería convertirse en ardiente activista por el desarme nuclear y por la paz y la cooperación mundiales.