
Stephen Hawking: Adiós a un hombre inmortal de la ciencia y de la paz
Sería justo decir que la vida de Stephen Hawking fue un desafío permanente, monumental y todopoderoso. Y ese desafío vino acompañado de una enorme sensación de urgencia. Sería difícil encontrar una mente más curiosa y científicamente inquieta que la de Hawking, y el reto de cumplir y superar todos los desafíos que se propuso a sí mismo sólo fue eclipsado por una espada de Damocles que colgaba por un pelo sobre su cabeza a lo largo de toda su vida. A los veintiún años, los médicos le “dieron” tres años de vida. Desde entonces, y durante el medio siglo siguiente, se adueñó de los años que deseaba, pese a esa sentencia de muerte, e hizo que cada uno valiera en términos de cómo obsequió sus descubrimientos y conocimientos al mundo en general.
Al momento de su muerte la semana pasada, a los 76 años de edad, Hawking estaba, literalmente, tan cerca como un humano podría llegar, a ser un cerebro inmensamente activo alojado en lo que se había convertido en un paquete casi completamente inerte. Pero a pesar de su casi total inhabilidad física, su mente y su imagen lo habían convertido en una de las figuras más conocidas y populares del mundo: uno de un puñado de brillantes científicos que han hecho que la misión de su vida sea hacer que teorías y principios científicos poco comunes, complejos y complicados sean accesibles a la gente común.
Stephen Hawking era todo menos negativo o de mal agüero, pese a las terribles circunstancias bajo las cuales su vida se desarrollaba. “Mantener la mente activa ha sido vital para mi supervivencia”, dijo una vez, “al igual que mantener el sentido del humor.” De hecho, tenía un lado lúdico que le permitía apreciar y participar en manifestaciones públicas de humor. Hizo muchas pequeñas apariciones, en persona, en programas de televisión, pero también lo hizo como un personaje de dibujos animados. Una vez dijo que la serie de dibujos animados de Matt Groening, Los Simpson, era el mejor programa en la televisión y su personaje apareció en varios episodios del programa, en los cuales Homero, el jefe del clan (amarillo) Simpson, se refirió a él como “el robot amigo de Lisa.”
Pero dicha identificación y participación en la cultura popular ayudó a Hawking, sin duda, a avanzar en su propia misión, la de ayudar a la gente a comprender la ciencia del mundo en el que vivían, y así ser conscientes de los desafíos que enfrentan ellos mismos y las generaciones futuras que se iban generando.
Intrínseca y activamente, Stephen Hawking fue, claro está, un hombre de paz. Una vez dijo: “Los mayores logros de la humanidad se realizaron hablando y sus mayores fallas al no hablar. No tiene por qué ser así.” Su mensaje más saliente fue que lo que hacemos importa. “El universo”, dijo, “no es indiferente a nuestra existencia: de hecho, depende de nosotros.”
Hawking creía que lo único que podía salvar al planeta Tierra de una catástrofe ecológica era la paz y la cooperación mundiales. Por lo tanto, estaba preocupado en sus últimos años por el creciente resurgimiento del patriotismo ciegamente nacionalista y las políticas aislacionistas. Esta tendencia la vio, correctamente, como resultado de la frustración de la gente con una desigualdad económica y social cada vez mayor, pero indicó que el aislacionismo era justo lo contrario de una solución muy necesaria.
Hawking mencionó, específicamente, como manifestaciones preocupantes de esta tendencia la elección de Donald Trump en EEUU y la decisión popularmente apoyada de Gran Bretaña de retirarse de la Unión Europea. Indicó que no era momento para tales tendencias políticas ya que el planeta vivía una era peligrosa en la que las decisiones que nosotros, la raza humana, tomábamos podrían marcar la diferencia entre nuestra supervivencia como especie y una sexta gran extinción que nos destinaría —a nosotros y a la mayoría de las otras especies— a la misma suerte que a los dinosaurios.
“Nada —dijo Hawking alguna vez— dura para siempre.” Pero la raza humana podría durar mucho más tiempo si, en lugar de despilfarrar grandes sumas de dinero en armas y en maquinaria de guerra, invirtiéramos fuertemente en viajes espaciales e interplanetarios de exploración y asentamiento. Para esto también, Hawking dejó en claro, tendríamos que cooperar cada vez más. Advirtió que las posibilidades de un evento catastrófico en la Tierra eran más una cuestión de cuándo ocurriría que si efectivamente lo hiciera. “Aunque la posibilidad de un desastre para el planeta Tierra en un año determinado puede ser bastante baja —dijo— se va acumulando con el tiempo, y se convierte en una casi certeza dentro de los próximos mil o diez mil años.”
Hawking alguna vez indicó que si la raza humana esperaba sobrevivir a tal tipo de evento —un impacto de asteroide, un holocausto nuclear, una calamidad a causa del cambio climático— tendría, probablemente, que estar colonizando otros planetas dentro de los próximos cien años. “La luna —dijo— “podría constituir una base para viajar al resto del sistema solar.” Y pensó que Marte sería “obviamente el próximo objetivo.”
Pese a su deseo y esperanza de paz y cooperación en el mundo, Stephen Hawking no tenía ilusión ingenua alguna respecto del comportamiento de la Humanidad hasta el presente. Una vez abogó por considerar los virus informáticos como una forma de vida creada por el hombre. “Creo que esto dice algo sobre la naturaleza humana —dijo— que la única forma de vida que hemos creado hasta ahora es puramente destructiva. Hemos creado vida a nuestra propia imagen.”
También tuvo una advertencia para los seres humanos sobre la búsqueda activa de contacto con formas de vida alienígenas. “Solo tenemos que mirarnos a nosotros mismos para ver cómo la vida inteligente podría convertirse en algo que no nos gustaría conocer,” sugirió Hawking. “Me imagino que podrían existir en naves masivas, habiendo agotado todos los recursos de su planeta de origen. Esos alienígenas avanzados se convertirían, tal vez, en nómadas, que saldrían en busca de conquistar y colonizar cualquier planeta que pudieran alcanzar. Si los extraterrestres alguna vez nos visitan, creo que el resultado sería mucho más parecido a cuando Cristóbal Colón llegó a América, cosa que no salió muy bien para los nativos americanos.”
Su otra admonición para la Humanidad fue sobre el rápido avance de la inteligencia artificial. Necesitaríamos incorporarla, indicó, para evitar ser esclavizados por ella. “Con la ingeniería genética —dijo Hawking— podremos aumentar la complejidad de nuestro ADN y mejorar la raza humana. Pero será un proceso lento, porque habrá que esperar unos 18 años para ver el efecto de los cambios en el código genético. Las computadoras, por lo contrario, duplican su velocidad y sus memorias cada 18 meses. Existe un peligro real, entonces, de que las computadoras desarrollen (su propia) inteligencia y se hagan cargo. De manera urgente, necesitamos desarrollar conexiones directas con el cerebro para que las computadoras puedan aumentar la inteligencia humana en lugar de oponerse a la misma.”
Desde las complejidades de la física cuántica hasta la fascinante Teoría de la Relatividad de Einstein, el propio Hawking fue un investigador y descubridor infatigable, pero su obsequio al mundo fue que buscó que toda la ciencia que pudiera captar él mismo fuera accesible al público en general. Su primer libro más conocido, Breve historia del tiempo, proporcionó su primera revelación de ciencia compleja a los lectores comunes, y vendió más de diez millones de ejemplares. Pero a medida que investigó, buscó simplificar cada vez más la transmisión del conocimiento, para que sus lectores lo pudieran adquirir, y después de ese primer libro, siguió con secuelas cada vez más didácticas: El universo en una cáscara de nuez, Brevísima historia del tiempo y Breve historia ilustrada del tiempo. De este último trabajo, escribió con orgullo en la introducción: “Incluso si sólo mira las imágenes y sus leyendas, debe poder hacerse de una idea de lo que está sucediendo.”
Quizás fue la ausencia casi total de la personalidad física de Stephen Hawking lo que hizo que su mensaje fuera tan convincente para todo el mundo. Y es lo que continúa haciéndolo inmortal y convincente hoy. Hawking parece haber estado siempre hablándonos desde algún lugar del otro mundo, apenas menos así que el lugar desde el cual nos habla hoy. Y no podríamos rendir mejor tributo al conocimiento que nos ha legado que prestando atención a sus palabras y aprendiendo a vivir y prosperar en un marco de paz, armonía y cooperación mundiales, con el objetivo de forjar un futuro en el cual nuestra especie podría, de hecho, sobrevivir y evolucionar, en lugar de perecer para siempre.