
La amenaza del Estado Islámico
Desde el comienzo de 2014 —año en el cual el mundo ha marcado el centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial saltando de cabeza dentro de nuevas situaciones repletas de graves amenazas para la paz global— varios conflictos regionales se han transformado en preocupaciones globales. Todas son críticas y potenciales catalizadoras para el inicio de un conflicto mundial: la guerra multilateral en Siria, la guerra en Ucrania, e intercambios de cohetazos entre el gobierno de Israel y los extremistas del Hamás en la Franja de Gaza, todos estos hechos este año han sacudido la paz mundial hasta sus cimientos. Pero quizás la amenaza más inmediata y de más alto perfil sea la propagación relámpago de la organización fundamentalista y terrorista conocida como el Estado Islámico de Irak y el Levante, o EIIL.
Sin duda, el EIIL presenta una clara amenaza a la paz global y a la democracia. Pero vale la pena reflexionar que su actuar está generando no sólo la amenaza directa que significa su barbarie fundamentalista, sino también la amenaza indirecta de cómo el creciente espanto que suscitan los rápidos avances de esta organización terrorista pueda impactar sobre las democracias occidentales mediante las iniciativas de auto defensa que ellas mismas implementen. A través de su brutal violencia, el EIIL está desafiando a Occidente, además que al Oriente Medio, al no solamente intentar imponer su cruzada islámica autoritaria en el mundo árabe (y, si tuviera éxito, aislarlo del Oeste), sino también al despachar fanáticos jihadistas al resto del planeta para sembrar el caos entre lo que considera las sociedades corruptas judeocristianas.
El Estado Islámico es una organización fundamentalista suní que encuentra sus raíces en el más conocido movimiento islamista radical al-Qaeda. Pero el EIIL es mucho menos flexible y mucho más fanáticamente enfocado que al-Qaeda. Tan es así que, aunque ambos grupos lucharon del mismo lado contra el régimen de Bashar al-Assad en la guerra civil que ha estado haciendo estragos en Siria hace más de tres años, al-Qaeda decidió este año romper toda vinculación con el EIIL, a causa de sus tácticas implacablemente brutales y su rebeldía contra la organización de la cual nació. relevant domains Desde entonces, el grupo ultra extremista suní se ha auto declarado “califato”, proclamando, además, su autoridad religiosa de facto sobre los mil seiscientos millones de musulmanes en el mundo. Su meta inmediata es la de tomar control físico de Irak y Siria, pero su objetivo a largo plazo es el de controlar la región entera del Levante, que incluye, además, a Chipre, Israel, Jordania, Líbano, Palestina, y partes de Turquía. Su idea rectora es la de traer bajo su control absoluto a todo musulmán. Y parece que su principal regla para toda esta conquista sería cero tolerancia para cualquier ideología político-religiosa que no se la suya. En términos simples, toda persona vencida por el EIIL podrá elegir entre Islam —tal cual esta organización terrorista lo interpreta— o muerte. Como para ilustrar esta filosofía, en su raid a través del Oriente Medio, el EIIL se ha empeñado en torturar y matar a miles de civiles de maneras realmente horrendas: decapitación, crucifixión y ejecuciones en masa con armas de fuego, entre otras.
Aun cuando da la impresión de que las metas de los extremistas del EIIL sean ambiciosas al punto de ser una locura, la memoria colectiva dicta que no lo son más que las de otros fanáticos fundamentalistas anteriores—tales como los fascistas y los nazis para recordar sólo dos ejemplos. Y aunque sus seguidores puedan ser relativamente pocos, vale la pena mencionar que su número se ha multiplicado por diez en el último par de años, sumando hoy, según estimaciones, entre 30 y 50 mil. Según la historia de los grupos extremistas, ésto tampoco nos debe sorprender: los primeros seguidores de Hitler podían caber (y cabían, efectivamente) en una cervecería.
La amenaza que representa el EIIL en el Oriente Medio resulta una obvia preocupación para Occidente —si no por otra cosa, por lo menos porque el grupo está concentrando sus esfuerzos militares en las zonas más ricas en petróleo que puede encontrar— pero su capacidad de sembrar el terror en las calles de las capitales occidentales tiene un impacto aún más grave sobre los gobiernos del Oeste, dado que, según los datos más recientes cosechados por las agencias de inteligencia, el número de ciudadanos occidentales que se han convertido a la causa de los extremistas suníes hoy podrían sumar miles. Vale decir que estos terroristas entrenados en el exterior tienen acceso fácil no sólo a sus propios países sino también a países vecinos en el Oeste. Y parecería que en ningún lado resulta más prevaleciente dicha tendencia que en Gran Bretaña.
Según expertos en contrainsurgencia, el típico recluta británico al terrorismo islamista del EIIL es un hombre de veinte y tantos años, con algunos estudios universitarios y antecedentes en la militancia musulmana. Muchos surgen de familias de clase media y de origen musulmán. Con frecuencia, estos jóvenes comienzan su radicalización mediante la propaganda islamista encontrada en las redes sociales, donde el EIIL demuestra gran destreza en su uso para el reclutamiento de militantes.
Según por lo menos un experto, los británicos que terminan siendo reclutados por el EIIL caen, generalmente, dentro de una de tres categorías. Un tipo de recluta es el que busca la adrenalina de la batalla, jóvenes que han participado en actividades relacionadas con las pandillas callejeras en sus barrios urbanos dentro del Reino Unido, y que se sienten atraídos por la glorificación de la violencia y las armas sofisticadas que representantes del EIIL sacan a relucir en la Internet. Son atraídos, además, por la camaradería pandillera que, ostensiblemente, florece en los campos de entrenamiento que la organización mantiene en Siria (o al-Sham en el léxico del Estado Islámico). Otro grupo de reclutas está compuesto por peligrosos sociópatas que se sienten atraídos al EIIL sencillamente por la brutalidad extrovertida de la cual se jacta el grupo terrorista. Dichos reclutas quieren formar parte del Estado Islámico porque es la banda de sangre más fría y porque a ellos les incita la idea de cometer horrendos actos de lesa humanidad con total impunidad. Claramente, a una organización terrorista como el EIIL, este tipo de asesino despiadado puede ser de gran utilidad práctica, como, por ejemplo, en el caso del ahora tristemente célebre “Jihad John”, autor de la decapitación filmada del periodista norteamericano James Foley. Y finalmente, el tercer tipo de militante jihadista occidental es el idealista. Los idealistas forman el núcleo “espiritual” de los grupos como el Estado Islámico, dado que actúan de “justificadores morales” para las acciones extremistas.
Visto desde esta perspectiva, se diferencia bien poco este último tipo de recluta jihadista de muchos de los combatientes norteamericanos que participaron voluntariamente en la invasión de Irak en 2003. Así como dichos idealistas estadounidenses creyeron la historia probadamente falsa de que iban a Irak a vengar las muertes de tres mil de sus connacionales que perecieron en el ataque terrorista del 11 de septiembre del 2001 contra las Torres Gemelas en Nueva York, o que estaban yendo al Oriente Medio para salvar a la democracia occidental, estos idealistas islamistas van a Siria a vengar las muertes de las mujeres y niños asesinados por el régimen de Assad, o a Irak a vengar las muertes de los más de cien mil civiles que han fallecido desde el 2003 como resultado de la invasión norteamericana y posterior guerra civil en ese país, y, mientras tanto, para ganar terreno para el Islam. Aun los extremistas idealistas quienes se convierten eventualmente en veteranos tan endurecidos que ya no se ilusionan con ser héroes que vienen del exterior a tomar venganza contra regímenes apoyados por el Occidente, siguen, sin embargo, convencidos de ser guardianes de la fe y del territorio de Alá, y de su deber de imponer y dispensar la voluntad de Dios, manejando su veloz y poderosa espada en Siria y el Levante.
Resulta difícil, en general, que los cristianos y judíos occidentales lleguemos a comprender la guerra jihadista que los fundamentalistas islámicos están llevando a cabo contra el resto del mundo, y sólo lo hacemos, en gran parte, encasillándolos en la misma categoría con otras especies de terroristas anárquicos. Pero al hacer eso, nos estamos equivocando y subestimando la resolución inquebrantable de estos fanáticos. Sería más inteligente tratar de ver el fenómeno del terrorismo islámico comparándolo con las Cruzadas cristianas que, durante casi 200 años, desde el siglo XI hasta el siglo XIII enfrentaron a los “Caballeros de Cristo” con los que ellos consideraron “los infieles islámicos” (y contra cualquier otro “enemigo” designado por sucesivos pontífices). Tal como las Cruzadas cristianas, la jihad islámica responde con frecuencia a estímulos más políticos que religiosos, y en muchas oportunidades sus filas se encuentran tan pobladas como las de las Cruzadas por asesinos, mercenarios y aventureros hambrientos de poder y riqueza. Pero también como en las Cruzadas, la guerra santa islámica es propulsada, en su núcleo, por el fanatismo religioso y el fundamentalismo social, fuerzas capaces de engendrar la auto justificación de las atrocidades más horrendas contra todo “infiel”, dado que el principal objetivo es el de convertir o exterminar al “enemigo” en el “santo nombre de Dios”.
A la luz de esta realidad, entonces, quizás el factor más importante que Occidente debería tener en mente —en lo que promete ser una prolongada lucha contra la arremetida del terrorismo islámico fundamentalista— es el de sus propias creencias y fundamentos sociales. Hasta el momento, ésto no ha ocurrido. De hecho, desde el 11 de septiembre de 2001, los extremistas jihadistas han ido ganando terreno contra la democracia occidental por el simple hecho de instaurar el miedo en los gobiernos y pueblos de Estados Unidos y sus aliados. Y es muy importante, en cuanto al estado actual y futuro de los derechos humanos y civiles, y el de las reglas de combate, que dicha situación se repare y que el terreno perdido se recupere.
La realidad es que el terrorismo islámico fundamentalista ha logrado minar las bases más esenciales de las democracias occidentales, comenzando con las de Estados Unidos, utilizando, sencillamente, sus propios miedos en su contra. Tambaleando bajo los efectos del pánico, el líder de la democracia occidental ha minado los derechos civiles y humanos mediante leyes y procedimientos excepcionales, dando lugar a hechos antes impensables, como por ejemplo: la suspensión de garantías constitucionales para cualquier persona procesada como terrorista, el burlar los términos de tratados internacionales sobre el manejo de los prisioneros de guerra, la violación por parte del gobierno del derecho a la privacidad en las telecomunicaciones y en el correo, presiones aplicadas a los medios, arrestos arbitrarios y sin establecimiento de cargos por una corte penal, la utilización de métodos operativos aplicados por dictaduras largamente criticadas y embargadas por Washington, incluyendo el uso limitado de torturas dentro del país por agencias bajo el control del gobierno federal, la contratación de terceros países para la interrogación y tortura de sospechosos, y la creación de listas de individuos marcados para el exterminio bajo órdenes del Poder Ejecutivo del gobierno nacional.
El general carabinero italiano Carlo Dalla Chiesa, quien lideró la estrategia antiterrorista de ese país para enfrentar a las Brigadas Rojas en los años setenta, se refirió alguna vez al peligro de convertirse uno, al luchar contra un enemigo artero y no tradicional, en algo muy parecido a ese rival, si se pierde de vista el imperio de la ley. Fue en ocasión del secuestro y asesinato del ex primer ministro italiano Aldo Moro que muchos le pidieron a Dalla Chiesa utilizar métodos no tradicionales como la tortura para descubrir el paradero del renombrado estadista. Pero el general les respondió: “Italia podrá sobrevivir a la pérdida de Aldo Moro pero no sobrevivirá a la implementación de la tortura.”
Hoy su mensaje debería ser una admonición para EEUU y otras democracias occidentales, que alguna vez sirvieron como norte moral y ético para el resto del mundo. A medida que el Oeste se empeña en formar una alianza para resolver el desafío presentado por el EIIL, debería hacerlo enfocándose en ganar corazones y mentes al demostrar claramente, mediante su conducta ejemplar, que la democracia occidental es capaz de asimilar perfectamente ese reto y que las reglas inquebrantables de la democracia secular no son un mero dogma vacío, sino un cúmulo de valores practicables muy superiores a las ideologías fundamentalistas contra las cuales Occidente intenta defender al mundo.