
Milton Friedman: Voz conservadora que apoyó al Subsidio Universal
Milton Friedman, quien muriera en el 2006 a la edad de 94 años, fue considerado durante décadas como uno de los más destacados economistas de Estados Unidos, obteniendo gran fama mundial. Ganador del Premio Nobel Memorial de Economía en 1976 por sus muchos logros en ese campo, Friedman criticó como “ingenuo” el pensamiento keynesiano tradicional y reinterpretó muchas de las teorías económicas ampliamente aceptadas hasta su época. Fue un capitalista de libre mercado quien actuó como apreciado consejero de líderes mundiales emblemáticamente ultraconservadores tales como el presidente estadounidense Ronald Reagan y la primera ministra británica Margaret Thatcher. Sus teorías respecto de tales áreas clave como política monetaria, privatización y desregulación ejercieron gran Influencia en las políticas de estado de muchos gobiernos occidentales asi como de organizaciones multilaterales en los años ochenta y noventa.
Podría parecer improbable que un académico tan claramente conservador saliera a respaldar una idea tan controvertida como la de regalar, sin restricciones, dinero a cada persona y familia. Pero el hecho es que sería difícil encontrar a un partidario más vocal y entusiasta del ingreso básico universal (IBU) que el profesor Friedman. De hecho, el ingreso garantizado fue tema de uno de los ensayos reunidos en su libro de 1962 titulado Capitalismo y Libertad, en el cual expuso su postura sobre una variedad de principios de política pública.
Friedman escribió sobre el IBU como una especie de “impuesto negativo”, pero también lo consideró, con franqueza y realismo, como lo que sería: dinero gratis e irrestricto. Basó su apoyo en cinco principios fundamentales:
En primer lugar, Friedman sugirió que un único programa de bienestar social reduciría masiva y eficazmente la burocracia del estado y, por lo tanto, el gasto público. Es decir, la teoría de Friedman era que sería dramáticamente más barato para los gobiernos simplemente dar dinero a sus ciudadanos, que involucrarse en complicados programas de bienestar social basados en la necesidad de establecer la condición de auténticamente pobre del potencial beneficiario antes de proporcionar ayuda alguna, y luego, tener que supervisar el gasto de esa ayuda y realizar la diligencia debida necesaria como para decidir si las prestaciones debían continuar o ser suspendidas, dependiendo de las cambiantes circunstancias de los beneficiarios.
Al hablar específicamente respecto a su propio país, el consejo de Friedman consistía en reemplazar el pantano burocrático de más de 125 programas de bienestar social con un esquema único de distribución monetaria, que sería mucho más barato de mantener y mucho más eficiente para cubrir las necesidades básicas de la población. En sus propias palabras, “Debemos reemplazar el lío de programas específicos de bienestar con un único programa integral de suplementos en efectivo (un impuesto negativo). Aportaría un mínimo asegurado a todas las personas necesitadas, independientemente de las razones de su necesidad.” Añadió que “tal impuesto negativo proporcionaría una reforma integral que haría de manera más eficiente y más humanitaria lo que nuestro sistema actual de bienestar social hace de manera ineficiente e inhumana.”
El segundo principio de Friedman con respecto a los ingresos garantizados se dirige a la idea de que, en un sistema de libre mercado, los ciudadanos se expresan y demuestran su confianza en el sistema y en sus protagonistas tanto a través de su consumo como por medio de su voto, si no más. Pero aquellos que no tienen dinero para gastar en un sistema de libre mercado están marginados del sistema —y por lo tanto de la sociedad— como tal. Y los programas de bienestar que tratan de controlar cómo se gasta el dinero de la caridad que reciben los pobres, marginan y estigmatizan aún más a estos “beneficiarios”. Friedman opinó que “la propuesta de un impuesto negativo significa…ayudar a la gente pobre dándoles dinero, que es lo que necesitan, en lugar de hacer como se hace ahora, exigiéndoles que se presenten ante un funcionario del gobierno para dar cuenta de todos sus activos y pasivos y que éste después les diga que pueden gastar tal cantidad de dólares en el alquiler, y tal otra cantidad de dólares en los alimentos, etc.”
Un tercer aspecto que Friedman cita al respaldar el ingreso garantizado es que el subsidio social, tal como se lo vive hoy, es una trampa. El renombrado economista escribe: “El número de personas que reciban los beneficios sociales ha aumentado. ¿Por qué? Porque una vez que los consiguen, hacemos casi imposible que los dejen. Para que alguien pueda dejar el subsidio social, él o ella tiene que poder conseguir un trabajo realmente bueno, porque al tratar de dejarlo gradualmente, con un sueldo pequeño…termina no conviniendo.”
En otras palabras, los que están recibiendo un subsidio social, o bien tienen que renunciar a la idea de trabajar por completo, o si no, deben contar con las habilidades necesarias para conseguir un puesto de trabajo realmente bueno. Y en nuestro mundo actual, esto es cada vez más difícil de lograr, a medida que más y más puestos de trabajo se pierden a la robótica y a la inteligencia artificial, mientras que la fuerza de trabajo potencial crece día a día.
El solo hecho de conseguir un trabajo de cualquier tipo no resuelve nada, señala Friedman. Por lo contrario, un trabajo malo a menudo proporciona a los beneficiarios del subsidio con menos dinero que el monto del subsidio mismo, el cual se les quitará ni bien el gobierno descubra que un beneficiario ha conseguido un trabajo. La idea del ingreso básico universal es que sea de naturaleza incondicional. Uno lo goza sin condición alguna.
Tal vez menos concreto, pero potencialmente plausible es el cuarto principio de Friedman a favor de los ingresos garantizados. Sugiere que si se eliminara la carga de tener que encontrar la manera de ganar lo suficiente para cubrir las necesidades básicas, la gente podría participar en el tipo de tareas no remuneradas que requiere cualquier sociedad efectiva, las que implican el trabajo voluntario en una amplia gama de necesidades sociales y de medio ambiente. Según Friedman, “una de las grandes virtudes del impuesto negativo, en mi opinión, es que al quitarse la onerosa carga del mantenimiento de ingresos, se haría posible que las organizaciones caritativas privadas pudieran hacer [su trabajo].”
Y, finalmente, al ser capitalista de libre mercado, Milton Friedman, daba prioridad a la reducción de la burocracia gubernamental por sobre la inclusión social. Sin embargo, en este caso, se hizo eco de los valores humanitarios de líderes sociales como el difunto Reverendo Martin Luther King. En un discurso de 1967, el Dr. King, por su parte, sugirió que el gobierno de Estados Unidos “podría y debería” proporcionar “a todas las personas y a todas las familias” un “ingreso anual mínimo garantizado”, argumentando que, al hacerlo, el estado haría mucho por desterrar la injusticia social y la desigualdad enfrentadas no sólo por los afroamericanos pobres, sino también por los no pudientes de EEUU en general.
De manera similar, el profesor Friedman postuló que una gran virtud del ingreso garantizado fuese que “se aplicaría a todos de la misma manera” y ayudaría a limitar la actual “desafortunada discriminación entre las personas.”
Si la razón para defender la teoría del subsidio universal es conservadora —un medio para reducir el gasto público, disminuir la burocracia y permitir que los otrora pobres se conviertan en un factor positivo del consumo y, por lo tanto, de una economía sana— o liberal (una solución razonable y económicamente práctica al creciente problema del desempleo y a la división social), el hecho de que un economista conservador de la talla de Milton Friedman terminara siendo uno de sus partidarios más vocales muestra claramente que la creencia en la necesidad de tales medidas se extiende a todo el espectro político. Nos enfrentamos a un progresivo cambio en el desarrollo económico y social, y en algún momento el ingreso universal tendrá que ser sopesado contra la probabilidad de un enfrentamiento universal.