
NETANYAHU contra el Mundo
Si se le preguntara, off the record, al pugnaz primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, qué política piensa que Washington debería seguir en el Oriente Medio, podría muy bien contestar que Washington debería hacer lo que él le diga que haga. Pero si lo dijera en voz alta, en lugar de simplemente pensarlo, sería difícil convencerle a alguien más de que debería ser así, y mucho menos a los representantes de la administración del presidente estadounidense Barack Obama.
Aunque no vinculante bajo los términos del Estatuto de las Naciones Unidas y aun cuando su promulgación no impone sanciones como tales a Israel, la redacción de la resolución y su rechazo hacia las actividades de asentamiento ilegal de ese país son las más críticas en las últimas tres décadas y media. Es de destacar que Estados Unidos no votó a favor de la Resolución 2334, que fue aprobada dos días antes de Navidad, pero tampoco votó en contra. Se abstuvo. Y acostumbrado el gobierno israelí a que Washington reaccione favorablemente a casi todas sus posturas, dicha abstención enfureció a Netanyahu, quien habría esperado que el gobierno de Obama no sólo votara en contra de la resolución, sino que también usara su poder de veto como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU para impedir su promulgación. Las últimas semanas del mandato final del presidente Barack Obama han llevado el ánimo de las relaciones bilaterales entre EEUU e Israel a su peor nivel en muchos años. Este último desencuentro es por la aprobación de la Resolución 2334 del Consejo de Seguridad de la ONU por un voto prácticamente unánime. Esta resolución se refiere a la ocupación por parte de Israel desde 1967 de territorios disputados con los palestinos, incluyendo al sector este de la ciudad de Jerusalén. Subraya específicamente la definición de Israel, según términos del Cuarto Convenio de Ginebra, como “una potencia ocupante” en las tierras palestinas en disputa y afirma que, como tal, la práctica del estado judío de construir asentamientos israelíes en esas áreas no es meramente polémica y provocativa, sino también “una flagrante violación del derecho internacional”, sin “validez legal”.
El secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, dejó ésto en claro la semana pasada cuando dio lo que seguramente será uno de sus últimos discursos, en el cual responsabilizó a Netanyahu, dejando de lado el habitual cuidado que Washington ejerce al hablar en público sobre su aliado más preciado en el Oriente Medio. Kerry llegó a intimar que Netanyahu estaba saboteando cualquier esperanza de un acuerdo de paz con los palestinos. Mencionó la decisión del gobierno de Obama de no bloquear la votación condenando a Israel en la ONU, alegando que había sido la intención de los Estados Unidos salvar, virtualmente, a Israel de sí mismo, para evitar que fuese conducido hacia un camino errado por “los elementos más extremos” de su gobierno.Pero Obama difícilmente puede ser responsabilizado por este nuevo bajón en la relación de su país con Israel. A lo largo de sus ocho años como presidente, el líder estadounidense ha estado tratando de enviar un mensaje al liderazgo derechista de Israel en el sentido de que la actual política estadounidense respecto de ese país dependería del logro de un acuerdo de paz duradero entre el estado judío y el pueblo palestino, y de que la única manera de que haya paz duradera sería mediante una eventual solución a largos años de enemistad entre Israel y la Autoridad Palestina sería a través de la formación de dos estados. Desde el principio, el presidente de Estados Unidos dejó en claro a Netanyahu que esta política sería una gran prioridad para su administración y que esperaría del primer ministro israelí su cooperación para lograr ese acuerdo si esperaba que el respaldo de Estados Unidos continuara siendo incondicional. Ese mensaje cayó, aparentemente, en oídos sordos. Y la acción de Estados Unidos (o la falta de ella) con respecto a la Resolución 2334 de las Naciones Unidas se ve como la consecuencia más palpable de la obstinación de Netanyahu.
Kerry sugirió que el gobierno de Netanyahu mantenía un impasse de larga data con respecto a una solución en base a dos estados, agregando que “el statu quo está conduciendo hacia un solo estado y hacia una ocupación perpetua.” En reacción a un comentario sarcástico en el cual Netanyahu había dicho que “Los amigos no lleven a sus amigos ante el Consejo de Seguridad,” Kerry respondió: “Algunos parecen creer que la amistad significa que Estados Unidos debe aceptar cualquier política, independientemente de nuestros propios intereses, nuestras propias posiciones, nuestras propias palabras, nuestros propios principios, incluso después de habernos insistido una y otra vez en que dicha política debe cambiar. Los amigos deben poder decirse las verdades duras, y las amistades requieren del respeto mutuo.”
La impaciencia del secretario Kerry para con Netanyahu y, de hecho, con la mutua falta de cooperación de la Autoridad Palestina para sentar las bases para una duradera solución biestatal a su conflicto de hace décadas no es difícil de entender. Al asumir el cargo del Departamento de Estado cuando dejara el puesto Hillary Clinton en el 2013, Kerry impuso como meta prioritaria el lograr que ambas partes en conflicto se sentaran a la mesa de negociaciones, pese a que ni Clinton ni Obama parecían estar dispuestos a zambullirse de cabeza en ese atolladero del Oriente Medio. Es posible que pensaran —tal vez con justa razón— que había demasiado que perder políticamente al presionar a su recalcitrante pero principal aliado regional, arriesgando así socavar las relaciones bilaterales en medio de una desenfrenada inestabilidad en el Oriente Medio.
Pese a los repetidos intentos de unir a las dos partes en algún tipo de negociaciones significativas, el presidente palestino Mahmud Abbas y Netanyahu, han resistido tercamente, culpándose mutuamente por la falta de progreso, cada uno diciendo que el otro tomaba medidas que hacían imposible el proceso de negociación. Mientras Kerry parece haber anticipado la necesidad de superar la resistencia palestina a negociaciones significativas y productivas, ha estado cada vez menos indulgente con Netanyahu, especialmente respecto de su continua promoción de asentamientos israelíes expandidos en territorios en disputa.Pero Kerry parecía seguro de que si alguna vez pudiera iniciar las negociaciones, podría alentar a ambas partes a llegar a un “estado final” en su conflicto ya para mediados del año siguiente. Lamentablemente, aunque eso seguramente hubiera sido un logro estelar en la gestión de Obama, nunca sucedió. De hecho, a mediados del 2014, Israel y la organización terrorista palestina Hamas se vieron envueltos en algunos de las peores batallas en años entre combatientes palestinos y las tropas israelíes, los cuales provocaron el polémico bombardeo y la invasión de Gaza por parte de Israel, con un triste resultado que incluía las muertes de 1.492 civiles (entre ellos, 551 niños y 299 mujeres), así como la pérdida de una cuarta parte del total de viviendas en la ciudad de Gaza y el desplazamiento de un cuarto de millón de personas.
La visión compartida del gobierno de Obama y de los aliados de Estados Unidos en Europa ha sido que la incesante búsqueda de Israel de su política de asentamientos en territorios disputados encierra una estrategia para cambiar “hechos sobre el terreno”, de tal manera que en cualquier negociación eventual pueda objetar el establecimiento de fronteras que invadan terrenos “donde israelíes hacen su hogar”. Como tal, es claramente una treta para negociar desde una posición de fuerza aún mayor que la que Israel ya tiene, al ser claramente el aliado estadounidense más protegido en la Tierra, a la hora de crear un acuerdo sobre la base de dos estados (idea a la cual Netanyahu dice subscribir, pero, según se sospecha, de la boca para afuera).
En efecto, ha sido la férrea resistencia del primer ministro Netanyahu al proceso de paz entre Israel y Palestina que ha determinado este último endurecimiento de la postura estadounidense. Y parece evidente que el gobierno de Obama, que teme que se produzca una reversión en el proceso de paz bajo el sucesor del actual presidente estadounidense durante los próximos cuatro años, quiso tomar medidas que dejarían en claro su punto de vista, antes de dejar el cargo.
El comentario de Netanyahu después del discurso de Kerry en el sentido de que Israel “no necesitaba recibir ninguna filípica” del secretario de estado de Estados Unidos, fue un reproche un tanto soberbio viniendo del primer ministro de un país que depende casi totalmente de Estados Unidos para su supervivencia, rodeado, como lo está en el Oriente Medio por un verdadero mar de enemigos. Lo que el gobierno de Obama ha estado pidiendo es el mismo tipo de demostración incondicional de solidaridad de Israel que Estados Unidos ha mostrado hacia ese país desde su creación. Y en este sentido, el gobierno de Obama ha sido no menos el principal aliado de Israel que cualquier presidencia que lo precedió, habiendo proporcionado ayuda militar y financiera sin precedentes al estado judío a lo largo de los ocho años de gobierno del presidente y tomando acciones que le asegurarán de recibir 38 mil millones de dólares más en ayuda fresca durante los próximos diez años. Parecería poco pedir a cambio que Israel tome la iniciativa de convertirse en parte del camino hacia una paz bilateral entre él y un futuro estado palestino, en lugar de continuar siendo parte muy importante del problema.
Hasta la fecha, ha habido una multitud de acuerdos y memorandos firmados por ambos pueblos bajo el auspicio de Estados Unidos y diseñados para dar paso a un proceso de paz definitivo y capaz de proporcionar una solución duradera al conflicto: desde los Acuerdos de Camp David en 1978 hasta los Acuerdos de Oslo, el Protocolo de Hebrón, el Memorando del Río Wye y el Memorando de Sharm el-Sheikh en los años noventa, y pasando por la Cumbre de Camp David en el 2000, la Cumbre de Taba, la Cumbre de Annapolis y las conversaciones dirigidas por George Mitchell y John Kerry desde el 2001 hasta el presente. Queda poco por decir sobre lo que hay que hacer. Es hora de que ambas partes se sienten a la mesa de negociaciones en un espíritu de paz, entendimiento y cooperación hasta que hayan analizado lo que debe ser, finalmente, la afirmación de soberanía de dos naciones.
Los principios establecidos por el actual gobierno saliente de EEUU constituyen un camino sencillo hacia la paz: el reconocimiento por parte de las autoridades palestinas del derecho de Israel a existir; la creación de un estado para el pueblo palestino y una solución justa y viable a la situación de los refugiados palestinos, que se remonta a la expulsión de ese pueblo en 1948, cuando se formó el estado judío; una frontera contigua, segura y reconocida entre Israel y una Palestina viable; aceptación de parte de Israel de la necesidad de abandonar territorios que ha ocupado ilegalmente desde 1967, pero “con canje de tierras que refleje las realidades prácticas en el terreno”; reconocimiento por parte de las autoridades tanto israelíes como palestinas de Jerusalén como capital de los dos Estados, considerando el significado que esa antigua ciudad tiene para ambos pueblos.
Esto sólo puede lograrse si las autoridades palestinas e israelíes dejen de lado su antigua rivalidad y lleguen a un acuerdo que lleve a un proceso de paz viable. Si esto no sucediera por medios civilizados, entonces es difícil ver cómo el futuro de Israel y del desheredado pueblo palestino pueda devenir en algo que no sea una vida de inseguridad y de interminables guerras.