
Putin y la Fiebre del Oro (Negro)
A esta altura de los acontecimientos, no resulta un secreto para nadie que el hombre fuerte ruso, Vladimir Putin, está intentando, con verdadero empeño, fortalecer la presencia de su país en el Oriente Medio. Su obstinada defensa diplomática y devastador respaldo militar al dictador sirio Bashar al-Assad, hablan, por sí solos, de esta estrategia. Putin ha demostrado que está dispuesto a soportar nutridas críticas en todo el mundo por la matanza que se está llevando a cabo bajo el régimen sirio, e incluso en la cual Rusia ha ocupado un papel activo, en lugar de sacrificar al jefe actual de la dinastía Assad que ha durado más de 40 años.
Resulta obvio que esto no se debe a ningún amor personal en particular que Putin pueda tener por Assad (para el líder ruso, Assad es poco más que un títere, un instrumento para la ejecución de su estrategia), sino porque el régimen de Assad es el premio más alto en un juego geopolítico de apuestas cada vez más altas. Y ya casi no cabe duda alguna a nadie de que el objetivo de Putin es el de “hacer grande a Rusia de nuevo.”
La intervención rusa en Siria, sin embargo, no consiste solamente en mantener un régimen títere en el poder. Ni por asomo. Es, además, y de manera muy contundente, para demostrar a todos que Rusia es una potencia resurgente en esa parte del mundo, y, de hecho, en el mundo entero. De esta manera, Putin se encuentra reinventando, paso a paso, una Rusia que el mundo no ha presenciado desde antes del colapso de la Unión Soviética hace más de un cuarto de siglo. Poco a poco, su objetivo se está poniendo en evidencia, después de haber desconcertado a un mundo occidental —reconociblemente arrogante e ingenuo— en el 2014 e incluso antes (durante su invasión de Georgia en el 2008), cuando muchos todavía pensaban que se encontraban viviendo en la época de detente, de glasnost y de perestroika, que la época de un mundo bipolar había terminado y que Washington ya era la nueva Roma.La joya más brillante en la estrategia militar de Putin en el Oriente Medio es la base naval que Rusia mantiene en el puerto sirio de Tartus sobre el Mar Mediterráneo. Y Moscú cree, aparentemente, que el destino de la estrategia militar rusa en la región se encuentra íntimamente ligado al destino del régimen sirio. Es probable que un eventual colapso de la dictadura de Assad significaría una de dos cosas: el inicio de una nueva apertura democrática en Siria, que incluiría un probable reorientación de esa nación hacia Occidente, o bien el surgimiento de una teocracia fundamentalista musulmana, que difícilmente sea amistosa hacia cualquier potencia extranjera no islámica. En cualquiera de los dos casos, la desaparición del régimen de Assad —o de cualquier sustituto pro ruso similar— sería una mala noticia para la estrategia rusa y, por lo tanto, para el presidente Putin.
Pero lo de Putin va más allá de marcar su territorio y flexionar los músculos militares del oso ruso (mucho más atrevidamente, incluso, que antes en Ucrania y Crimea, donde, al principio, hizo de cuenta —no de manera demasiada convincente— de que no había participación directa alguna de Rusia). Tampoco lo hace simplemente para reafirmar la relevancia diplomática de su país en roles (como el de pretender ser “la policía del mundo”), alguna vez dominados completamente por Estados Unidos —que, en el caso de Siria en particular, no sólo ha concedido el volante al Kremlin, sino que se encuentre viajando en el baúl del auto que Rusia está conduciendo: De hecho, Putin lo está haciendo asimismo en el área de las relaciones comerciales, de la economía regional y de los negocios.
Visto entre sus admiradores como un astuto y bien entrenado experto en artes marciales, Putin tiende a relativizar las debilidades y a aprovechar las fortalezas, y, en términos de comercio global, la economía rusa se trata netamente de energía, y sobre todo de petróleo y de gas natural. No es de extrañar, pues, que, si bien es cierto que Rusia está poniendo al mundo sobre aviso de que es, una vez más, una fuerza militar a la que hay que tener en cuenta —por las dudas de que alguien pensara lo contrario— también ha estado buscando un acercamiento con antiguos socios comerciales y, además, cortejando a nuevos en la región.
La muestra más reciente de esto fue el papel principal que jugó Moscú en la negociación de un acuerdo sin precedentes entre los países de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) y otros no pertenecientes esa agrupación, con el fin de reducir su producción petrolera y presionar hacia arriba el precio del crudo. Pero no terminó ahí. El gobierno de Putin también solicitó al Estado de Qatar que invirtiera 5 mil millones de dólares en el gigante petrolero ruso Rosneft. No bien firmado el acuerdo con Qatar, la petrolera rusa procedió a invertir 2.800 millones de dólares en la compra de parte de un importante yacimiento de gas en Egipto.
La red de noticias económicas Bloomberg citó recientemente al presidente del Consejo de Política Exterior y de Defensa de Rusia, Fyodor Lukyanov, diciendo que “Rusia está realmente interesada en aumentar por todos los medios posibles su apalancamiento en el Oriente Medio.” Según Bloomberg: “Es un reflejo de cómo los eventos en la región se están combinando, como rara vez antes, a favor del presidente ruso Vladimir Putin. Un enfriamiento de las alianzas de Estados Unidos en el Golfo en los últimos años, el estrago que el petróleo más barato ha causado en las economías energía dependientes y el reconocimiento de que Rusia ya no puede ser ignorada en temas de seguridad regional, son hechos que significan que Putin se encuentra empujando contra una puerta cada vez más abierta.”Desde su independencia en 1972, después de más de medio siglo bajo el mando del imperio británico, después de la Primera Guerra Mundial, Qatar ha formado parte de la esfera de influencia de Estados Unidos. A pesar de ser gobernada por una sola familia (la dinastía Al Thani) desde principios del siglo XIX, y pese a su adhesión a la ley islámica y de su abominable historial en materia de derechos humanos, Qatar es considerado por Estados Unidos como un país con el cual Washington mantiene “fuertes lazos bilaterales”, e indica que coordina estrechamente con el régimen Al Thani “en una amplia gama de asuntos regionales y globales”, incluyendo la seguridad internacional. En ese contexto, el acuerdo Rosneft parece un impresionante logro por parte de Putin, en un momento en que Estados Unidos sigue presionando para que haya más sanciones contra Rusia por varias de las últimas transgresiones de Putin. Y aunque los subrogantes de Putin podrían argumentar que tales acciones por parte de Moscú en el Medio Oriente son de naturaleza “financiera”, aquellos que realmente creen que estos acuerdos no juegan, asimismo, un papel geopolítico, se están autoengañando.
El acuerdo de gas natural con Egipto, por ejemplo, parece haber sido consecuencia de una nueva y cada vez más cálida relación entre Putin y el presidente egipcio, Abdel Fattah al-Sisi. Después de décadas de fuertes lazos —especialmente militares— entre Estados Unidos y Egipto, nación norafricana estratégicamente crucial en el cual Washington ha colocado decenas de miles de millones de dólares en armas, las relaciones entre ambos países se desmejoraron a partir del golpe militar de 2013, que destituyó al entonces presidente Mohamed Morsi. Pero incluso antes de eso, a finales del 2012, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, declaró públicamente que su país ya no consideraba al gobierno islámico de Egipto “ni un aliado ni un enemigo”. Esta fue la primera vez desde el histórico tratado de paz de 1978, firmado entre ese país e Israel en el retiro presidencial de Camp David en Maryland bajo la presidencia de Jimmy Carter, que Egipto dejara de formar parte de la lista de países amigos de Washington.
El gobierno de Estados Unidos había subrayado su desaire original de 2013 al renunciar a acuerdos para la venta a Egipto de armamentos y al recortar la ayuda militar a ese país. Pero más tarde, Washington redujo dichas sanciones por razones de seguridad regional. Es evidente que Putin ha visualizado esa brecha y se ha propuesto llenarla a favor de Moscú, factor que pondrá inevitablemente nervioso a Israel, principal aliado de Estados Unidos en la región, debido a la difícil relación que ese país mantiene con el régimen de Putin.
Parece obvio, especialmente a la luz del acuerdo OPEP liderado por Rusia, que Putin está aplicando una estrategia con dos frentes en la región del Oriente Medio, demostrando una cruenta y despiadada fuerza militar por un lado y aplicando una diplomacia petrolera no confrontacional por otro. En un momento como la actual, en que Estados Unidos ha utilizado una serie de métodos polémicos para reducir su propia dependencia petrolera en el Oriente Medio —al mismo tiempo que evite los compromisos militares directos como los que lo involucraron en las desastrosas guerras de Irak y Afganistán— Rusia, como potencia energética neta, se encuentra en terreno común con sus amigos de siempre y con los enemigos habituales en esa parte del mundo, y persiguiendo un férreo objetivo mutuo: mejorar los precios del petróleo.
Al perseguir ese objetivo común, Putin se ha mostrado capaz de capitalizar relaciones diplomáticas muy mejoradas con no sólo aliados naturales, como Irán, sino también como aliados de Estados Unidos tradicionalmente inquebrantables, como Qatar y Arabia Saudita. Agregue a esto una nueva relación de evidente amabilidad entre Putin y el líder turco Recep Tayyip Erdogan, y parecería que el presidente ruso ha estado pasando un año muy bueno a costillas de Occidente.
De nuevo, Putin se apuró a llenar la brecha. Después de un breve cortejo, Putin y Erdogan dejaron de lado las diferencias surgidas cuando, el año pasado, los turcos derribaron un avión de guerra ruso cerca de la frontera turca con Siria, y anunciaron que estaban trabajando juntos para organizar una nueva serie de discusiones sobre cómo traer la paz a Siria. Sería iniciativa exclusiva de esos dos países, sin ninguna participación de parte de Estados Unidos o de las Naciones Unidas.Debido a la ubicación estratégica de Turquía entre Oriente y Occidente, ha sido durante mucho tiempo la niña mimada de la diplomacia occidental y, más recientemente, ha sido reconocido como miembro pleno de la OTAN. Pero las relaciones de Turquía con Washington se han vuelto, en los últimos años, inciertas en varios frentes: el hecho de que las fronteras turcas resultan aparentemente permeables al terrorismo islamista; la temprana negativa de Erdogan a unirse a la lucha contra el así llamado Estado Islámico (ISIS) con la que comparte una definitiva enemistad por los kurdos, aliados de Occidente en la vecina Siria y contra ISIS; la ira de Erdogan por la desaprobación occidental de la creciente autocracia de su gobierno y la falta de respeto que demuestra hacia los derechos humanos y civiles entre su propio pueblo, etc.
La ONU se apresuró a anunciar que, de hecho, ya era hora de que todos los implicados en la guerra en Siria se sentaran de nuevo a la mesa de negociaciones, pero que ningún diálogo sobre la paz sería legítimo sin la participación de las Naciones Unidas. Putin, con el típico desprecio de un país poseedor del poder de veto en la ONU, concedió el hecho de que cualquier diálogo patrocinado por Moscú y Ankara, tendría lugar, si se materializara, como cosa “aparte de las negociaciones patrocinadas por la ONU en Ginebra.”
Realizando el anuncio mientras visitaba Japón —otro importante aliado de EEUU— el presidente ruso dijo: “El siguiente paso es llegar a un acuerdo sobre un alto el fuego total en toda Siria. Estamos llevando a cabo negociaciones muy activas, intermediados por Turquía, con representantes de la oposición armada.”
Todo esto lleva, entonces, a una triple pregunta retórica que uno podría hacerse: Entre su altamente activa diplomacia petrolera y su disposición a lanzar un infierno militar masivo contra los opositores de sus protectorados de hecho, ¿logrará Vladimir Putin establecer una especie de Pax Rusiana donde, últimamente, la Pax Americana se ha estrellado e incendiado en el Oriente Medio, tanto por falta de compromiso decisivo como por falta de adhesión a sus propios ideales supuestamente democráticos? En caso afirmativo, ¿cuál será el costo de dicha Pax Rusiana a las aspiraciones de los pueblos de la región? Y, por otro lado, ¿cuál será su finalidad?